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Bolígrafos y rotuladores: las mil y una opciones

Es difícil que salga bien, pero, como por intentarlo no nos van a cobrar, vamos a ello: aunque podría orientar el experimento a gente de todas las edades, es más fácil, por afinidad cultural y referentes televisivos comunes que pensemos en personas que rondan los treinta y cinco años y de ahí en adelante.

Veamos… Supongamos que digo “Bic”. Si mi cálculos son correctos, una buena cantidad de lectores de la franja de edad de los “taytantos” habrá seguido con la cantinela de “Bic, Bic… Bic, Bic, Bic… Bic naranja escribe fino; Bic cristal escribe normal…”. No es que sea imprescindible, pero si quieres saber de dónde sale tan extrañe introducción, teclea en tu buscador de cabecera “bic naranja bic cristal canción” y clica en el vídeo que te saldrá.

El caso es que por la época aquello de tener “dos escrituras a elegir” era una excentricidad. Por no hablar de la posibilidad de escoger entre distintos colores de tinta para un bolígrafo: azul, negro, el rojo que se reservaba para los profesores… ¡¡Y el verde!!… ¡Qué tiempos aquellos!

Los tiempos cambian

El caso es que me he parado a pensar qué cara se le quedaría al niño que era entonces, y que se pasmaba con la posibilidad de que un bolígrafo pudiera ser de otro color que azul, ante la descomunal gama de tintas y trazos que hoy en día se nos ofrece. Supongo que habría llorado de pura felicidad. Bastaría con echar un vistazo a parte de los bolígrafos que puedes encontrar aquí.

Pero, claro, aquel chaval de cuatro o cinco añitos al que se le destintaban los Bic porque se los metía del revés en el bolsillo (para arreglar el desaguisado, mi madre ponía un trapo empapado en leche dentro del bolsillo, creo) no habría sido capaz de intuir lo útiles que eran los modernos bolis.

Útiles, a pesar de lo que podamos pensar

Porque un bolígrafo que pinte en rosa o un subrayador de un tono absurdo fosforito (absurdo claro, se entiende) tiene su utilidad, como muy bien sabemos quienes hemos estudiado con un papel y un boli, pluma, rotulador, lápiz, carboncillo o cualquier otra cosa que sirva escribir al lado de los apuntes o del libro.

No es la idea de este escrito adentrarse en los mecanismos psicológicos que hacen que los conocimientos permanezcan en la cabeza al menos el tiempo suficiente como para volcarlos en un examen (mi acuerdo o desacuerdo con el sistema educativo español, es cosa mía, pero me parece que te haces una idea de mi postura). Se trata, más que de un estudio en profundidad, de compartir la experiencia de quien fue alumno e hizo sus pinitos como docente.

El caso es que siempre he tenido la suerte de disfrutar  de una memoria aceptable, pero también es verdad que soy terriblemente desordenado. Evidentemente, lo primero me ha proporcionado una buena cantidad de aprobados, sobre todo cuando la cantidad de datos que había que recordar era moderada.

Cuestión de esquemas

Pero, cuando ya eran temas complejos o incluso varias unidades didácticas las que había que recordar, mi tendencia al desorden (al desastre, más bien) me jugaba muy malas pasadas… Hasta que descubrí que ser organizado puede ser un trabajo placentero.

Lo que hoy por hoy parece un modo básico de enseñar y aprender, para mí fue un espectacular hallazgo, cuyo mecanismo comprendía según lo iba utilizando. O sea, que mi mente, mi mundo estaba compuesto por esquemas… Y por esquemas tenía que estudiar el mundo que pretendía aprehender, aprender, o por lo menos aprobar.

Y resulta que lo básico, lo primario de los colores, ayuda a reforzar unos esquemas a los que las palabras, más que ayudar, estorban (negaré ante quien sea haber dicho que las palabras “estorban”). Así, sabía que lo escrito en azul se refería a la teoría constructivista; mientras que el rojo era coto de los estructuralistas. Aquello que subrayaba en verde eran las ideas Kant; y aquello otro en amarillo, las de Platón… Que, a pesar de tener una letra indigna hasta para una oca borracha, tenía los apuntes más bonitos de la facultad.

Más y más

Es posible que sea cierto que cada vez tenemos más cosas y cada vez más inútiles. Es posible, pero no lo creo. Piénsalo: cuando podías elegir entre cuatro tintas (las cuatro, incuso en el mismo bolígrafo), ¿qué te decían aquellos que habían usado, en la escuela, un pizarrín, por ejemplo? Pues ahora eres tú quien ejerce su papel, te guste o no.

Porque, nos guste o no, lo entendamos o no, las enseñanzas y la forma de impartirlas, evolucionan. Es más: para lo poquito de bueno que podemos decir sobre este generador de borricos irremediables que es la escuela actual, digámoslo.

Con esos nuevos materiales, los profesores tienen más fácil enseñar y los alumnos, aprender. Ahora bien: las condiciones de trabajo de los profesores y los conocimientos que aprenden los niños son material para otro artículo. En otro blog… ¿Qué tal seriendenosotros.es?